viernes, 22 de julio de 2011

Mi Judío Favorito: David Masri ¿Qué es ser judío?

JOSEPH RAMSÉS ANCIRA SABA
A mis hijos

Publicado originalmente en Enlace Judío http://www.enlacejudio.com/2011/07/17/mi-judio-favorito-%c2%bfque-es-ser-judio-2/

Yo creo que ser judío es ser gente de izquierda, aunque la mayoría de los no judíos consideren exactamente lo contrario, pero no es por ahí donde originalmente pensaba empezar.
Vamos a ver: el aroma que más recuerdo de mi primera infancia es el del “agrio” condimiento con el que mi abuela preparaba la comida más deliciosa que yo había probado en mi vida. Antes que las hamburguesas, o las malteadas o la pizza, o las crepas, la primera comida especial, la de fiesta, era la “árabe”.
Desde que yo nací hasta que tuve 16 años conviví con una abuela que era patológicamente avara, a eso atribuía yo que cuando me regalaba café lo hiciera en unas tasas minúsculas en las que gran parte del contenido era el “asiento”, le llamaban café “turco”.
Creo que tendría yo unos siete años cuando pude ver una foto y un documento oficial. Aparecía una señora como de 50 años, con una niña como de tres, con el cabello muy corto, tal y como se representa a San Antonio. La nena, lucía un corte al que le llamábamos de bacinica. Me explico para las nuevas generaciones: Todavía en los años sesentas, mucha gente vivía en azoteas o en cuartos sin baño, por lo que guardaban debajo de la cama un recipiente en forma de tasa donde depositaban temporalmente ciertos desechos líquidos. Se decía entonces de cierto corte de pelo que se colocaba el bacín hacia abajo en la cabeza de los infantes y se cortaba al ras lo que sobraba. Ese era el corte de bacinica.

La niña, con perdón de la escatológica descripción de su corte de pelo, era muy hermosa, y la señora que la acompañaba, también. La foto, aunque en blanco y negro, no dejaba lugar a dudas de que esos ojos, infantiles, brillantes y curiosos eran verdes. Una era mi abuela y la otra mi bisabuela a la que nunca conocí personalmente. La foto venía pegada en la parte superior de un documento escrito a mano en francés. Fue así que me enteré que la progenitora de mi madre se llamaba Miriam Romano Hassán y que había nacido en Siria, cuando era una colonia francesa.
Bueno, en realidad esto lo comprendí después porque a mi abuela no le decían Miriam, sino que la llamaron, hasta su muerte, María, y ella misma decía que su segundo apellido era Auzán; no fue hasta que ya de adulto vi otra vez este papel con cuidado, que me fijé que el calígrafo había asentado Hassan.
La tacañería enfermiza y digna de nota policíaca de mi abuela no permite que la considere una heroína; pero también debo decir que se transformó radicalmente cuando conoció a sus bisnietos. Entonces se volvió una mujer pródiga que me invitó a mi y a mis hijos con todos los gastos pagados a vacacionar por el país. De ella sin duda heredé parte de mi gusto por viajar.
Una larga y penosa enfermedad acabó con sus días, pero nunca le pidió nada a nadie. A pesar de que la enfermedad la consumía como ninguna, a pesar de que tenía enfermeras de planta 24 horas al día, hasta el último momento se levantó para ir al baño. Su tratamiento no nos costó nada a nadie de sus descendientes y todavía quedaron algunos bienes que esta vez si, con una avaricia enfermiza, disputaron sus nueras mexicanas.
Mi padre, que era un cristiano masón que odiaba la Iglesia católica, era también un señor antiguo que creía en los linajes. Así que un día, con quien sabe que disposiciones matemáticas determinó que si mi abuela y mi abuelo maternos eran cien por ciento judíos y mi abuelo paterno era español y mi paterna era veracruzana, yo debía tener un 78 por ciento de sangre judía, 11 por ciento mexicana y un 20 por ciento mezcla de quien sabe cuáles, pero seguro entre ellas estaba la gitana.
Y aquí se ponía interesante, porque la palabra gitana, provenía de los egiptanos, que también fueron como parias en Egipto, tal vez porque tenían que ver con los judíos. Al menos en los campos de concentración nazis se volvieron a mezclar sus restos. Para documentar el racismo con carga positiva de mi padre, resultó que descubrimos que el apellido Ancira, proviene de Ankara,que es el nombre de la capital turca.
Así quedó zanjada para mi padre la cuestión de si yo era o no judío, me reconocieran o no. De paso celebraba haberrme puesto Ramsés, constructor de las mayores obras arquitectónicas de la antgüedad y que además fue hermano de Moisés, hasta que se pelearon, como sucede en las mejores familias.
Cuando me justifiqué con estos argumentos ante un rabino por llamarme Ramsés, diciéndole que mi padre admiraba a los judíos, me preguntó que entonces porque no me había puesto José, como mi abuelo y el consejero del faraón. Era demasiado complicado argumentar en forma hablada todos los razonamientos que aquí les comparto.
Así que si me encantaba el café turco, la comida árabe, mi abuela venía de Siria, “que era un país francés” y el apellido Saba, correspondía a una reina negra, que yo pensaba africana ¿de dónde salía de todo esto que yo resultaba judío?
Resultó que un mal día mi padre se encontró en la miseria a consecuencia de una serie de malos negocios: Yo fui becado en una escuela de maristas, mis hermanas corrieron con peor suerte y pararon en un orfanatorio católico dirigido por monjas sádicas, apenas identificables por las películas de terror de Guillermo del Toro, y mi hermano entró a una escuela militarizada, donde el último que se formaba era corregido a golpes.
Ya no quiero agotar su paciencia hablándoles ahora del rabino David Masri y a quien declaro oficialmente mi primer judío favorito. Digo por lo pronto que el sacó a mi familia de la miseria e hizo todo lo posible porque esto fuera permanente, brindándonos el tesoro más pedurable: la educación. De cuatro hermanos, solo una de ellas, la menor aprovechó cabalmente el destino que se empeño en mejorarnos.
El punto es que David Masri, para mi, en ese entonces, era igualito que Woody Allen, con quien me identifique de inmediato en sus miedos, su cine y sus desamores. Con mi hijo Axel, el mayor, tuve la mejor comunicación de nuestras vidas cuando lo llevé al cine a ver La Lista de Schindler, de Spielberg, a quien admiré mucho antes de saber que era judío.
Luego, ya adulto, empecé a ver con otros ojos un programa de televisión que de niño no me gustaba “Viaje a las Estrellas” la zaga de una aeronave en la que convivían personas de todas las razas, destacando los japoneses, los rusos, una negra y un americano típico. Fue ahí donde se presentó el primer beso inter racial ente Kirk y Uhura. Más tarde me enteré que los actores protagónicos, Leonard Nimoy y William Shatner, así como el creador de esta utopía de hermandad izquierdista en el país del capitalismo, Gene Rodenberri, también eran judíos.
Para continuar con mis descubrimientos filojudíos, me entero que a Cervantes y a Chaplin, dos de mis creadores favoritos, les atribuyen orígenes judíos.
Hace poco conocí la idea más valiosa que he aprendido en mi vida: No hay nada más nefasto que un hombre que se esclaviza a una idea. Los hombres deben usar las ideas para liberarse, no encadenarse a ellas. Lo dijo el que considero el filósofo vivo más importante: Edgar Morin, nacido Edgar Nahum.
Ya habrá oportunidad, gentiles lectores, (lo digo por su benevolencia, no por el significado de no judío. ¿O será que nosotros mismos nos consideramos a los judíos incapaces de ser buenas personas?) de continuar reflexionando juntos sobre nuestros judíos favoritos.
Sobre lo que decía al principio: la historia y la literatura me han enseñado que los judíos nos encontramos entre los hombres que más han compartido, para empezar, filosofías e ideas políticas. Sostengo por eso que somos un linaje genéticamente de izquierdas y reto a Marx, a Jesús y a Trotsky para que me rebatan si les place.
Hasta la próxima entrega de Mi Judío Favorito…

Una kathedra en un minuto

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